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“Este año Irene ha realizado su primera visita al ortodoncista” comenta Soledad a otros padres mientras espera la salida de su hija en la puerta del colegio. “Acaba de cumplir 7 años, -continúa- y he sabido por mi pediatra que era una buena edad para que un ortodoncista infantil viera cómo van sus dientes”. Y es que cada vez es más frecuente ver niños de entre 6 y 7 años entrando a una clínica de ortodoncia. No en vano la Sociedad Española de Ortodoncia recomienda una primera visita alrededor de esa edad. La razón de esta visita a esa edad es que “es cuando se produce el desarrollo bucal y facial del niño y es posible detectar los malformaciones a tiempo, si existen, y pensar en cómo ayudar a una evolución adecuada” explica Myriam Sada, especialista del centro de ortodoncia Moonz La Zarzuela.
De hecho el crecimiento a esa edad está en su fase inicial por lo que las primeras visitas no siempre dan lugar a un tratamiento. “La primera visita es sobre todo para que el pequeño paciente tome contacto poco a poco con la clínica, se acostumbre a ese entorno y le resulte agradable. Esto evita futuros prejuicios o miedos y facilita el proceso. Además permite enseñar un programa de higiene que previene problemas y podemos valorar ya cómo será su desarrollo bucal y facial” explica.
Por ese motivo esas primeras visitas son totalmente gratuitas y tan sólo después de todo ese periodo es cuando se evalúa si es necesario aplicar algún tratamiento. La estadística muestra que más de la mitad de los pacientes que inician visitas preventivas acaban iniciando un tratamiento. “Haber iniciado estas revisiones con prontitud permitirá realizar un programa más ligero y será más fácil rectificar cualquier defecto que se haya producido” explica la doctora Sada.
En el periodo de formación de una dentadura pueden darse varias anomalías, la mayoría leves. Las más frecuentes son las mordidas cruzadas o los paladares ojivales, paladares más profundos de lo normal o más estrechos. “Estos problemas son los más fáciles de detectar y suelen venir causados por malos hábitos como un uso excesivo del chupete” explica la doctora “y son casos que suelen detectar los pediatras”. Existen otras anomalías más difíciles de detectar a simple vista y que requieren un estudio más completo, como los que afectan al movimiento articular. Son los menos habituales pero son perfectamente tratables si se detectan pronto.
El inconveniente de no evaluarlo en la infancia es que se corre el riesgo de que la estructura ósea madure y sea más difícil de corregir. “La ortodoncia consiste en realizar movimientos muy lentos en el hueso (paladar, mandíbula, etc). En un niño la estructura ósea está creciendo y no está totalmente soldada, no está cerrada; por eso con ortodoncia es posible encauzarla. Si lo dejamos pasar y actuamos en la edad adulta nos arriesgamos a no poder corregirlo o hacerlo de un modo más traumático”.
“Todo fue bien -comenta Soledad mientras mira hacia la puerta y ya localiza a Irene-, la niña salió encantada y parece que por ahora sus dientes van por buen camino”.